Nadie ha
quedado vivo: soy el ùnico sobreviviente
en medio de la muerte y el horror pandèmico.
Todos han muerto, sin embargo, un dìa estuvieron vivos,
coleando y vivitos, como quien dice; despuès, vino la
Muerte y se los llevò carpiendo: atravesaron el Leteo en una barca,
incluso estaba Caronte esperando.
Todos han muerto mediante paros cardìacos, cànceres varios.
Solo yo aguardo la hora, condenado pulcramente, friamente prisionero
de lo estrictamente ilusorio, lo ficticio que abunda cada dìa, cada noche:
noticias varias que cambian cada dìa: no obstante, ya no leemos el diario, el
periòdico: ya no leemos libros en papel o no leemos tanto como hace un tiempo:
las muchachas bellas pasan mirando o hablandole a sus telèfonos celulares
o escuchando mùsica en sus parlantes: cada uno vive en su propio mundo, en su
respectiva burbuja: burbujas sociales, burbujas polìticas escribì ya en 1987
en una revista under del colegio secundario: pretendìa imitar a Mallarmè
en una traducciòn de Lezama Lima, todo eso leido en la biblioteca escolar
entre muchas otras cosas.
Todos han muerto: todos mis amigos han muerto suicidados
o como consecuencia de la droga, el sida o simplemente la
locura, la demencia en torbellinos.
Solo yo vengo sobreviviendo, por el momento, en este instante en que
enuncio este prosaico poema.
Es el mito del sobreviviente, mientras escucho una sinfonìa de Mendelssohn
Bartholdy, Caneti mediante.
Todos han muerto fatal, inexorablemente, romànticos y patèticos
nada ha quedado de ellos salvo ciertos recuerdos en algunas mentes
que a su vez se extinguiràn oportunamente.
Por eso amo las huellas de los perros en el asfalto:
ellos han dejado sus marcas, sus hermosas pezuñas,
sus dientes hermosos.
Cuando pude no quise y ahora que quiero, no puedo.
Todos han muerto en la casa desnuda y agrietada,
con sus espejos grandes y enmohecidos
o simplemente sucios porque me olvido de limpiar;
solo yo sobrevivo (por ahora, este ahora en el que escribo)
en medio de la casa vacìa y el calor tòrrido
mientras escribo prosaicos poemas narrativos
y suenan Mendelssohn Bartoldy
y los ruidos de la calle.
Como en una pelìcula en blanco y negro
de la Segunda Guerra Mundial
frìamente sobrevivo
en medio de montañas
de cadàveres
dormido
y de pronto
o de golpe
despierto
en medio de toda esa necròpolis.